domingo, junio 18, 2006

 

La hora de la verdad

En el post anterior explicaba cómo la democracia puede considerarse como un sistema para desalojar gobernantes del poder de manera pacífica. En este sentido, muchos consideran las elecciones de 2000 como el comienzo real de la democracia en México y como las elecciones más importantes en su historia. Evidentemente, no se trata de un hecho aislado, y habría que remontarse al menos a la reforma electoral de 1989-90, y a las sucesivas modificaciones, para entender cómo México, de manera sorprendente (y meritoria) se ha tranformado pacíficamente de una "dictadura perfecta" que dijera Vargas Llosa, a una democracia consolidada.

Sin embargo, este proceso complejo y largo de transformación de la vida política mexicana no puede darse por concluido, ni mucho menos. Queda muchísimo por avanzar en cuestiones tan importantes como el estado de derecho, la cultura política o la reforma de las instituciones. Y de esto último precisamente trata este post.

Las instutuciones que definen el sistema político mexicano tienen, en muchos casos, su origen en una situación muy distinta de la actual, a la que no se ajustan correctamente. Además, muchas tienen un déficit de legitimidad por el mal uso que se ha hecho de ellas (hay instituciones políticas poco "ajustadas" pero con una legitimidad muy grande, sobre todo en la tradición política anglosajona, que sirven muy eficazmente a sus propósitos: lamentablemente no es el caso en México). Por poner ejemplos concretos: la elección del presidente por un plazo tan largo como seis años, y sin posibilidad de reelección, se traduce en un poder muy grande unido a una baja responsabilidad, ya que no tiene que responder por sus actos en una siguiente elección, y el nuevo candidato de su partido puede desligarse de la acción de su predecesor. Esas "manos libres para ejercer el poder" que tiene el gobernante, puede que tuvieran sentido hace ochenta años, pero no ahora, con la complejidad y con el ritmo de la vida económica y política. Otro ejemplo: pese a ser un estado federal, existe muy poca cultura de descentralización del poder hacia las entidades federativas, que acaban cumpliendo labores más administrativas que políticas. Esto se traduce en que un pais tan grande y diverso como México se gobierna de manera muy centralizada, con evidente perjucio para los estados "lejanos".

Dicho de otra forma: hay pendiente una gran reforma de las instituciones políticas. Y cómo y cuando se haga esa reforma va a depender, en gran medida, de los resultados de estas elecciones (no solo de quien resulte ganador, sino del todos los resultados, y de la composición del parlamento)

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